La obra sinfónica de Mayer comprende un total de ocho sinfonías, siete de las cuales se publicaron en vida. Sin embargo, también escribió oberturas, como la tardía Obertura de Fausto. Las sinfonías de Mayer muestran una clara influencia de Beethoven y Mendelssohn, así como de su contemporáneo Robert Schumann.
Las sinfonías de Mayer se caracterizan por su riqueza melódica y su estructura precisa. Suelen constar de cuatro movimientos y siguen el esquema formal clásico de la sonata. Sin embargo, Mayer también incorporó elementos modernos a sus obras, como cambios rítmicos inesperados y combinaciones instrumentales inusuales.
En conjunto, las sinfonías de Emilie Mayer son una importante contribución a la música sinfónica del siglo XIX y merecen más atención. Muestran el talento y la creatividad de una compositora que vivió en una época en la que las mujeres solían ser ignoradas o rechazadas en el mundo de la música.
Sinfonie f-Moll
La Sinfonía en fa menor fue compuesta probablemente en la década de 1850 y estilísticamente sigue los pasos de Beethoven, Schubert y Mendelssohn. El primer movimiento Allegro agitato llega rugiendo oscuramente en compás de seis octavas. El segundo tema (La bemol mayor) contrasta con éste. Una melodía sencilla pero muy bella aparece en un ambiente pastoral. El segundo movimiento Adagio también se interpretó como pieza individual popular en vida de Emilie Mayer. Dada su cálida fluidez y encantadora melodía, no es de extrañar. El tercer movimiento es un ardiente scherzo, eficaz y originalmente orquestado. En el cuarto movimiento Allegro vivace los acontecimientos se suceden. En términos de carácter, este final es el movimiento más polifacético de la Sinfonía en fa menor. El comienzo es solemne, majestuoso y triunfal. Sin embargo, los momentos de exuberancia se enfrentan repetidamente a ecos dramáticos. Finalmente, esta obra termina con un sonido oscuro pero poderoso.